jueves, 16 de abril de 2009

Un asalto cercano

Iba relajado como copiloto en el carro de mi amigo Pablo. Estábamos escuchando música, de vez en cuando riéndonos con las anécdotas del uno y del otro; anécdotas que nos recordaban las canciones. Entrábamos a Chuao y la cola era insoportable, como es usual. Yo me perdía entre las canciones y me entretenía observando a los conductores vecinos, viéndolos mostrarse reales y crudos, estresados, fumándose un cigarro o mandando mensajes de texto, aprovechando los momentos largos en los que no tenían que observar el camino por el que andaban. Algunos, si estaban en pareja, aprovechaban el tiempo para otras cosas. Esto sucedía y yo me perdía entre las canciones y la mirada de Pablo en el retrovisor, con cara de asustado, pero el problema es que eso es algo normal en él cuando maneja. ¿Cómo habría de imaginarme lo que él veía, lo que sucedía a mis espaldas?
Constantemente y por muchos segundos el carro en el que andábamos se encontraba estático, y en uno de estos momentos que la gente aprovecha para hacer sus cosas, Pablo ocupó sus manos en algo, para mí, innecesario: lentamente quitaba su reloj de sus manos, pero yo, que me encontraba perdido con la música y viendo a la gente en la calle, hice caso omiso de aquello.
Fue cuando Pablo empezó a lanzar cosas al suelo que volví en mí. Le pregunté con tono incrédulo: “Marico, ¿qué haces?” y él sólo respondió: “Tira tu celular al suelo, tira tu celular al suelo”. Yo, sin saber por qué, lo hice. Entonces Pablo me explicó que un motorizado se detuvo a un lado del carro que estaba detrás del nuestro y le pedía a la conductora sus cosas, que en un principio estaba entretenida mandando mensajes de texto con su BlackBerry.
El motorizado ahora tomaba y guardaba en su chaqueta de cuero negro lo que ahora era suyo y, según Pablo, venía por nosotros. Así que haciendo maniobras peligrosas esquivamos carros y nos metimos entre ellos, dejando atrás al ladrón y a la infortunada víctima del robo, pero recordando que por cosas de azar, nosotros pudimos ocupar su lugar.

Nota: la noche del día que escribí esto, un motorizado intentó robarnos en Los Samanes. Por cosas de azar, esa vez fuimos nosotros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cool