lunes, 20 de abril de 2009

Opresión

Sin duda alguna, el régimen político actual venezolano nos recuerda al de Hitler, como si estuviese inspirado por él. Chávez le habla a los de menor poder adquisitivo aludiendo al olvido en el que estuvieron en los gobiernos pasados, tal cual hablaba Hitler en sus discursos dirigidos a los alemanes oprimidos por la política internacional aplicada por Europa en el Tratado de Versalles después de la primera guerra mundial. No se trata de una persecución a los judíos ni la búsqueda de una “raza pura”, pero sí se persigue a aquellos que emiten cualquier opinión pública en contra del gobierno actual, y aunque no podamos comparar un evento de tal magnitud como el holocausto judío con los acontecimientos que se han venido llevando a cabo en el país, estos últimos, si siguen sucediendo y no se les frena de alguna manera, es decir, si nadie se atreve a dar un primer paso fuerte, contundente y organizado, concluirán en una guerra, y no en una de pocas proporciones, ya que dadas las circunstancias internacionales y con instituciones como la ONU y países como EEUU, que dicen velar por el bienestar y la paz mundial, en el caso del segundo, desde la primera guerra mundial, nos llevarían a una guerra primero que nada.
Si observamos detalladamente las causas de la primera y segunda guerra mundial y las llevamos al mínimo común, nos podemos dar cuenta de que estas guerras se llevaron a cabo, en primera instancia, como respuestas a la opresión, no muy distinta a la que existe en Venezuela, así que, ¿por qué no podrían estas situaciones llevarnos a una tercera guerra mundial o, siendo menos drástico, una guerra civil? Sin tomar en cuenta el hecho de que, si ésta no soluciona nada, habrá intervención internacional. Más aún cuando Chávez, siendo cada vez más conocido, gana más enemigos y viajando constantemente, hace más aliados.
Así que no es mayor tema de debate por qué en Venezuela existe tanto odio, cuando ni siquiera apoyar al gobierno es suficiente para ser incluido en esa prosperidad que sólo disfrutan los altos representantes de esta revolución. Hasta ahora la persecución hacia los que pensamos diferente se ha ido dando bajo la mesa. No es tan difícil, con un poco de imaginación, suponerse hasta dónde puede llegar esto en un futuro no muy lejano.

jueves, 16 de abril de 2009

Un asalto cercano

Iba relajado como copiloto en el carro de mi amigo Pablo. Estábamos escuchando música, de vez en cuando riéndonos con las anécdotas del uno y del otro; anécdotas que nos recordaban las canciones. Entrábamos a Chuao y la cola era insoportable, como es usual. Yo me perdía entre las canciones y me entretenía observando a los conductores vecinos, viéndolos mostrarse reales y crudos, estresados, fumándose un cigarro o mandando mensajes de texto, aprovechando los momentos largos en los que no tenían que observar el camino por el que andaban. Algunos, si estaban en pareja, aprovechaban el tiempo para otras cosas. Esto sucedía y yo me perdía entre las canciones y la mirada de Pablo en el retrovisor, con cara de asustado, pero el problema es que eso es algo normal en él cuando maneja. ¿Cómo habría de imaginarme lo que él veía, lo que sucedía a mis espaldas?
Constantemente y por muchos segundos el carro en el que andábamos se encontraba estático, y en uno de estos momentos que la gente aprovecha para hacer sus cosas, Pablo ocupó sus manos en algo, para mí, innecesario: lentamente quitaba su reloj de sus manos, pero yo, que me encontraba perdido con la música y viendo a la gente en la calle, hice caso omiso de aquello.
Fue cuando Pablo empezó a lanzar cosas al suelo que volví en mí. Le pregunté con tono incrédulo: “Marico, ¿qué haces?” y él sólo respondió: “Tira tu celular al suelo, tira tu celular al suelo”. Yo, sin saber por qué, lo hice. Entonces Pablo me explicó que un motorizado se detuvo a un lado del carro que estaba detrás del nuestro y le pedía a la conductora sus cosas, que en un principio estaba entretenida mandando mensajes de texto con su BlackBerry.
El motorizado ahora tomaba y guardaba en su chaqueta de cuero negro lo que ahora era suyo y, según Pablo, venía por nosotros. Así que haciendo maniobras peligrosas esquivamos carros y nos metimos entre ellos, dejando atrás al ladrón y a la infortunada víctima del robo, pero recordando que por cosas de azar, nosotros pudimos ocupar su lugar.

Nota: la noche del día que escribí esto, un motorizado intentó robarnos en Los Samanes. Por cosas de azar, esa vez fuimos nosotros.

martes, 14 de abril de 2009

Viajeros de vitrinas

Son las 5:00 de la tarde de un lunes soleado. Me encuentro en el CC Tolón en Las Mercedes, frente a Zara, una franquicia de ropa por departamentos cuya instalación en este CC es de dos pisos. Estoy aquí esperando a mi amigo; su nombre es Leonardo, como el mío. Su jornada laboral está a punto de tener un break, un espacio de una hora para que Leonardo pueda comer, y él me dijo que lo esperara para que lo acompañase. Mientras escucho música, gracias al reproductor de mi teléfono celular y por medio de mis auriculares obviamente (no soy de esas desagradables personas que escuchan música a todo volumen y sin audífonos en lugares públicos para que todos se enteren de lo que escuchan), principalmente porque estoy intentando estar desapercibido frente a las personas que pasan de un lado a otro, muy pendientes de lo que puedan ver o escuchar para entretener su aburrida caminata de vitrina en vitrina por el CC; una responsabilidad llama a mi móvil y ahora, al contestar, trato de que no se escuche muy alto mi voz frente a los curiosos. Al otro lado del teléfono escucho una voz que me dice que quiere ir al cine, pero eso no estaba entre mis planes. Necesito guardar dinero para ciertos eventos que tengo en días que se aproximan a una velocidad imposible, lo cual me recuerda la razón por la cual, antes de que mi amigo Leonardo me dijese que lo esperara para comer, me acerqué a Zara del Tolón: entregar mi resumen curricular para ver si reúno algo para darme algunos gustos no es cualquier cosa. “Si vamos al cine hoy, no podré ir a la cena de tu cumpleaños el jueves, así que nos reuniremos más tarde a no hacer nada”.
La espera por Leonardo se extendió más de lo previsto, así que decido pasear un poco por el CC y unirme a aquellos “viajeros de vitrinas” mientras escucho las agudas notas de Amy Lee. Camino sólo un poco y me detengo en el 1er. Piso para observar a algunas personas que pasan, detallando sus vestimentas, sus peinados, sus maneras de caminar, las cosas que hacen mientras piensan que nadie los ve. Entonces me fijo en un muchacho de cabello largo y ondulado que sube sin esfuerzo alguno por las escaleras mecánicas. Viste formalmente un pantalón negro y una camisa blanca, ropa de trabajo, pero no de cualquier trabajo. El joven pareciera trabajar en Zara… Esa manera de caminar inconfundible y ese pequeño bolsito, de esos que la gente usa para llevar su comida, me indican que se trata de Leonardo, mi amigo, mi próximo compañero de charla, mi hermano.

miércoles, 8 de abril de 2009

Cuatro cosas (que no son para ti)

Before...
1.- Los detalles más pequeños me gritan una verdad que no quiero descubrir.
2.- El violín suena al compás de una melodía triste, una melodía de despedida.
3.- Serán las estrellas quienes te hablen de mí, porque de mi boca no saldrán más palabras, así como tú te enmudeciste poco a poco.
4.- ¿Te fuiste muy pronto o nunca estuviste aquí?

After...
1.- Por darle la espalda a esa verdad, ésta me tomó por "sorpresa" y el golpe fue más duro.
2.- La música siempre será triste si no es atendida como debe ser.
3.- ... Y siempre salieron más palabras.
4.- Había demasiada gente en la habitación como para saber con certeza.