martes, 20 de enero de 2009

La caperuza roja

Me levanté después de una horrible noche de poco sueño, sediento, hambriento, muriéndome del frío. No he probado un bocado de comida desde hace tres días, y en éste, el peor invierno que he vivido, todos los animales de los cuales dependo se han refugiado, hibernando del frío. Sin embargo, estoy decidido a encontrar alimento hoy. No aguanto otro día más. Soy el lobo feroz y haciendo honor a ese nombre he de luchar.
Así que salgo de mi guarida, una cueva en las afueras del bosque. Camino lento, guardando mis energías para la hora de la caza. Después de muchas horas de solitaria caminata por el bosque, veo a esta figura roja caminar dando saltitos a lo lejos. Debe ser un zorro. Llegó la hora de saciar mi hambre asesina, pero al acercarme, me llevo una gran sorpresa al ver a esta dulce niña con una canasta en las manos caminar mientras cantaba. ¡Qué decepción! ¿Cuándo podré comer? Me doy la vuelta, pero en ese momento una macabra idea pasa por mi mente: ¿Qué mejor comida que carne de niña tierna? ¡No! ¿Qué estoy pensando? "El hambre, sin duda, me está volviendo loco", pienso, mientras camino en otra dirección, pero la idea no deja de rondar por mi mente, como una mosca sobrevolando por un basurero. Inconscientemente mis patas se dan la vuelta, ahora caminan solas hacia la niña, pero no puedo permitirme hacer lo que mis instintos me piden a gritos. Tan sólo la seguiré hasta su destino.
Pasan lo que para mí son horas hasta llegar a una acogedora cabaña en medio del bosque. La niña de la caperuza roja entra. No me queda más que observar por la ventana. Esta tierna niña le traía comida a su abuelita enferma. Es conejo, un delicioso conejo en salsa de naranja... Ésta fue la gota que derramó el vaso. ¿Cómo se atreve a pavonearse ante mí a lo largo de todo el bosque? ¿Cómo se atreve a llevar conejo a esa fea y vieja anciana que ya debió haber perdido el sentido del gusto? ¿Cómo se atreve esa vieja a mostrar sus dientes con esa risa burlona? Ya no aguanto más. Sus actos hicieron que mi instinto asesino saliera a flote. Me las comeré a las dos, y su conejo también. Irrumpo en la casa, rompiendo la puerta, pero para mi sorpresa, ellas no se asustan, ni siquiera parpadean, siguen preparando la mesa como si nada, como si no me hubiesen visto, como si yo no existiera. ¿Cómo se atreven ahora a ignorarme? Esto no puede ser. Corro hacia ellas mostrando mis colmillos sedientos de sangre, mientras la niña de la caperuza coloca tres platos en la mesa, el conejo, y otros acompañantes, pero hay una pregunta que hace mi instinto dudar, algo que no encaja en la imagen: ¿por qué tres platos? No pasa más de un segundo antes de que la niña me conteste, sin ni siquiera yo haber dejado salir de mi boca la pregunta:
- ¡Hola, señor lobo feroz! Pensé que nunca iba a entrar. Lo vi seguirme por todo el bosque y por su manera de respirar supe que moría de hambre, es por eso que decidí, junto a mi abuela, compartir la comida entre los tres. Siéntese. Ya está todo servido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tres cosas...
1.- Los animales no "invernan". HIBERNAN.
2.- Tienes errores de puntuación, y con los tiempos verbales. Si vas a hacerla en tiempo presente, tienes que mantener esa concordancia.
3.- Da fastidio leer esto. Sobre todo por ese final. Nunca alcanzas realmente un punto emocionante, ya sabemos que el lobo se las quería comer, ya sabemos que históricamente el lobo se las come, por lo tanto su diatriba de segunda no es nada emocionante. Tu lobo no se relaciona lo suficiente con el lector, no tienes al único personaje principal ni remotamente definido, sino como un lobo con hambre. Cualquier lobo que no haya comido es un lobo con hambre. Nada hace especial a tu lobo, ni a tu caperucita.